miércoles, 7 de abril de 2010

Edmund Hillary. La cima de la vida




Desde los albores de la humanidad, el hombre y su evolución se han basado en el concepto de superación. No sólo superar a otros hombres, sino en superarse a sí mismo.
En su afán por progresar, el ser humano ha buscado nuevas metas a lo largo de la historia, retos más complicados para saciar su curiosidad por conocer sus límites y su lugar en el universo, en el infinito, antes de pasar a formar parte de él.

Cualquier elemento es bueno para superarse o superar a otros. Ya sea conquistando el mar, las selvas más recónditas, los océanos o las montañas más altas y escarpadas.
En este último caso, sólo hay un monte que resulta insuperable. Se le conoce por muchos nombres, pero no hay nadie que no conozca su majestuosidad y su altura: 8.850 metros. El techo del mundo, las puertas del cielo para la tierra. El Everest.

Su altura le confiere connotaciones especiales. Es una montaña hecha para el hombre. No en vano, su cota más alta está en el límite de altitud tolerable por el hombre, en el límite de su capacidad.

Siempre ha habido hombres dispuestos a vivir cualquier aventura para llegar a lo más alto, en el sentido más amplio de la expresión, pero hay algunos, sólo unos pocos, que lo hacen en un sentido literal. Personas que exteriorizan el deseo inherente del hombre de descubrir lo inexplorado.
Estas hazañas hacen que cambie la concepción del mundo, demostrando que la realidad siempre supera a la ficción.

Uno de estos hombres fue Sir Edmund Percival Hillary, un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial, que junto con una expedición británica en 1953, consiguió ser el primer ser humano en coronar con éxito la cumbre de las cumbres.



Pero para acercarse a la figura de este neozelandés, hay que mirar más atrás, hacia principios del Siglo XX.
En 1921, con los dos polos conquistados, el Everest se antojaba como la única gran conquista posible. George Mallory, un montañero inglés que se sentía frustrado por la derrota de su país ante Noruega, a la hora de conquistar el polo sur, organizó 3 expediciones, en 1921, 1922 y 1924, para conseguir antes que nadie el reto de conquistar el pico más alto del mundo.
Tras dos intentos fallidos y ayudado por una expedición británica y de bombonas de oxígeno, Mallory se encaminó por tercera vez hacía aquella roca. A más de 8.000 metros, y acompañado por un escalador inexperto, Andrew Irvine, el montañero inglés pereció. Se cree que no llegó a culminar la montaña, pero no se sabe con exactitud. Su cuerpo fue encontrado 75 años más tarde.

Cuando la gente corriente se pregunta porqué estos hombres se embarcan en estas empresas, las respuestas son muy variadas, pero Mallory dio con la síntesis perfecta. Cuando le preguntaron que por qué intentaba llegar hasta allí arriba contestó, “porque está ahí”.

Sobran los comentarios.

Tras la guerra mundial, la tecnología evolucionó, permitiendo en este caso a los montañeros, cargar con equipos de oxígeno más ligeros. En esta época, a principios de los años 50, China cerró sus fronteras, limitando al Everest a la cara sur.
En 1953, un militar del imperio británico, John Hunt, se convirtió en jefe de expediciones del gobierno de Su Majestad. Hunt preparó minuciosamente una expedición, con organización militar, y se encaminó hacia el Everest. Entre esos hombres estaba Edmund Hillary, un hombre que ya había intentado esa empresa en 1951 con otra expedición.
Desde un campamento situado a 7.000 metros de altura, dos alpinistas británicos llevan a cabo el primer intento, pero sin éxito.
En ese momento, Edmund Hillary y el serpa Tenzing Norgay, se disponen a relevar a sus compañeros. Instalan un campamento base a 8.500 metros, el punto desde donde intentarían atacar la cima.

El 29 de Mayo de 1953, a las 11:00 de la mañana, el neozelandés y el sherpa, se encontraban en la cima sur, a 90 metros de la cumbre, con una pared vertical de hielo y roca delante de sus ojos. Estos últimos metros representaban lo desconocido, simbolizaban todas las barreras físicas y mentales que el hombre ansiaba superar.

A las 11: 30 de la mañana consiguieron llegar a la cima. Después de casi medio siglo de competición y sacrificios, el ser humano había alcanzado el límite de la tierra. Pararon en la montaña para tomar fotografías y enterraron en la nieve algunos dulces y una cruz antes de descender.Ya con todo el grupo, Hunt recordó a Hillary y a todo el mundo, que a sus predecesores se les debía la mitad de la gloria.
La noticia del éxito de la expedición llegó rápidamente a Londres en la mañana de la coronación de la reina Isabel II. De vuelta a Katmandú, Hillary y Tenzing descubrieron que habían sido nombrados caballeros británicos.

Después de conquistado, el Everest no perdió atractivo para los alpinistas, al igual que Sir Edmund, que no perdió las ganas de aventura.
Pese a que esta gesta es por la que más se conoce a Edmund Hillary, supone en realidad una gota en un mar metas y sueños alcanzados para este hombre. Después de coronar el mundo, escaló otros 10 picos en el Himalaya en posteriores visitas en 1956, 1960, 1961, 1963 y 1965. También alcanzó el Polo Sur formando parte de la Expedición Trans-Antártica de la Commonwealth el 4 de enero de 1958, siendo la tercera expedición en llegar al Polo por tierra (tras Roald Amundsen en 1911 y Robert Scott en 1912) y la primera en conseguirlo haciendo uso de vehículos.

Además siempre ha estado en contacto con la región que le ha dado la fama mundial. Dedicó gran parte de su vida a ayudar al pueblo sherpa de Nepal a través de una fundación. Gracias a ella se han construido escuelas y hospitales en las remotas regiones del Himalaya. Durante la década de los 80s fue el Alto Comisionado de Nueva Zelanda para la India, equivalente al cargo de embajador.
En ocasión de la celebración del 50 aniversario de la primera ascensión al Everest, el gobierno del Nepal nombró ciudadano de honor a Edmund Hillary y le concedió una celebración especial que se celebró en Katmandú. Hillary fue el primer extranjero que recibió un honor de este tipo del pueblo nepalí.
Después de una vida plena, Sir Edmund Percival Hillary, nacido en Tuakau, Nueva Zelanda, el 20 de julio de 1919, falleció en Auckland el 11 de enero de 2008 de un ataque al corazón. En sus últimos días estuvo enfermo y se dice que pudo haber muerto de neumonía a la edad de 88 años.

La ilusión de Hillary era que sus cenizas descansasen en la bahía de Auckland y en la cima del Everest.
Hace pocos días, el 1 de abril de 2010, se ha conocido la noticia de que un sherpa nepalí, Apa, se encargará de subir las cenizas del héroe a la cumbre conquistada hace más de 50 años. Las cenizas han estado hasta ahora en un monasterio en el pueblo de Thame, a la sombra de la montaña.
"Llevaré las cenizas a la cima del monte Everest conforme a los deseos de Hillary", dijo a los periodistas el sherpa, quien está tratando de realizar su ascenso número 20 a la montaña de 8.850 metros este verano. Apa aseguró que también llevará una pequeña estatua de Buda, el fundador del budismo, a la cima para rezar por la "paz eterna" del alma de Hillary.
Finalmente, Edmund Hillary consiguió algo más importante que alcanzar la cima del mundo, consiguió estar presente en la mente de cualquier persona que lo logre, o que simplemente, sueñe con alcanzarlo.